viernes, 31 de julio de 2009

Capitulo 4 de CamaLeones

1eRa. paRte caP.4

2Da. paRte caP.4

3eRa. paRte caP.4

4Ta. paRte caP.4

5Ta. paRte caP.4

miércoles, 29 de julio de 2009

Capitulo 3 de CamaLeones

1eRa. paRte caP.3

2Da. paRte caP.3

3Era. paRte caP.3

4Ta. paRte caP.3

5Ta. paRte caP.3

martes, 21 de julio de 2009

miércoles, 15 de julio de 2009

QamAleOnes ¡¡¡

oTras qOsaS ...

aqi les deJo stas Qosas xTravaGantes y cHisTosas ... jajaja

KaaaatY peRRy ... La aMo asi iNcreiBle ... su fOrma d sEr, d QanTar, de aCtUAr .. tieNe qomo todo el tapi FAshiOn y La aCtiTud .. La aMo ♥ ... sTe aUtoGrafo de eLla quaNdo viNo a Los pRemios MTVLA 08 Ay La aMe quaNdo se avento aL pasTeL .. wiii


















Las boTas -.-.-.- ULtimaMente sOn qOmo 1 oBsecIon .. jaja

aLguNas qOsas qe me laTen ...


La 1eRa. eS La Luna ... No se x Q pEro La aMo asi InCreiBle aMo sTar vieNdo su HermOsuRa tooooDa La nOche ... es GeniaL ...

+ QamaLeoNes ¡¡¡




martes, 14 de julio de 2009

La Qobra .. JaJaJa ... Ya me Traume Qon Los reptiLes ( QamaLeoNes )

jajajaja
Sta BUenisImo sTe viDeo
cHeqeNlo
...
wIiiiii


5To. PrOmociOnaL de QaMaleOnes ¡¡¡

si No me aMas ♥

Si nO mE aMas ...
sI mE iGnoRas ...
Si Me deSpreCias ...
Si No saBes vaLoraR ...
... VaLoraR Lo QuE yO a Ti Te oFrescO
...
PoooRfaVor ¡¡¡
No iNteNtes vOlveR a EmpezaR ...
Tan soLo caLLa ...
tAn soLo iGnôRaMe ...
TaN soLo desPrecIamE ...
tAn sOlO öDiaMe ...
tAn sOLo hUmïLLame ...
QoMo Lo has HecHo hasTa aHora ¡¡¡
PaRa aSi PodeR oLvidaR ...
oLviDar qe te qIeRo ...
OlVidaR xQ LLorO ...
OLvidaR q x Ti MueRo ...
y aSi eMpeZar a OdIar ¡¡¡
OdiaR paRa PodeR Olvidar ...
PorQe si Nô ... Mi QorAzZôn ...
No PodRa vOlVer JamÂs a aMar ♥
...
----.º.ººº.AnoNimO.ººº.º.----

lunes, 13 de julio de 2009

sTraCto de: "Más aLLa De la MedIa noCHe " SidNey sHeLdon

oQei
hOy aNdo de huMor qOmo paRa puBliQar tOdoooooo Lo qe me aGrade de + JaJaJa .. aSi qe aQi Les deJo uN peDazito de uN libro qe QomO el TituLo Lo diCe se LLama + aLLa de La meDia noCHe de un aUtor bastaNte Bueno siDney sHeldon oQei ... bueNo Pues esTa paRte deL Libro I me Hiso reIr qaÑon y aPuesto qe a Los qe TenGan 1 PensaMiento fOrmaL y 1 taNto iRRevereNte les ve a aGradar = ... aPuesto q a Muchas Chavas qe Yo qOnozQo sin deCir NombreZZZ les Ha pasaDo Lo misMo qe a: !"Catherine"¡¡ uN peRsonaJe paRa mi guZto muy aGradaBle es aGriduLce dentro de La hisToria Me eNqanTa su rOll en el Libro .. Vaaaaa ... oQei Ya basTa de tAnto: bLA ¡ bLa! bLa ¡¡
aQi sTa:

CATHERINE
Chicago: 1939—1940

Cada vez más intensos, los vientos de guerra que azotaban a toda Europa quedaban reducidos a un tibio céfiro cuando llegaban a las costas de los Estados Unidos.
En la Universidad del Noroeste, algunos muchachos se incorporaban al Cuerpo de Oficiales de Reserva, los estudiantes hacían manifestaciones pidiendo que el presidente Roosevelt le declarara la guerra a Alemania y alguno de los más enfervorizados, se alistaban en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, en general el mar de complacencia se mantenía inalterable y el movimiento subterráneo que no tardaría en arrasar con el país entero era casi imperceptible. Durante esa tarde de octubre, mientras iba a hacerse cargo de su trabajo de cajera en el bar del club de estudiantes, Catherine Alexander se preguntaba si la guerra, en caso de que llegara, cambiaría en algo su vida. Había un cambio que ella tenía que hacer, lo sabía y estaba decidida a hacerlo lo antes posible. Tenía una desesperada necesidad de saber cómo era eso de que un hombre la tomara en sus brazos y le hiciera el amor, y sabía que si lo necesitaba era en parte por razones físicas, pero también porque tenía la sensación de que se estaba perdiendo una experiencia importante y maravillosa. Por Dios ¿y si llegaba a atropellarla un auto y en la autopsia descubrían que era virgen? No, ese asunto había que arreglarlo. Ahora mismo. Catherine recorrió cuidadosamente con la vista los alrededores del bar, pero sin ver la cara que buscaba. Cuando, una hora más tarde, Ron Peterson entró acompañado de Jean—Anne, Catherine sintió cosquillas por todo el cuerpo y el corazón empezó a latirle con fuerza. Se dio vuelta, siempre pasaban junto a ella y con el rabillo del ojo vio cómo iban a sentarse los dos en el lugar habitual de Ron.
Catherine respiró hondo y fue hacia el rincón donde Ron Peterson estudiaba la lista, tratando de decidirse.
—No sé qué es lo que quiero, —decía.
—¿Tienes apetito? —le preguntó Jean—Anne.
—Estoy muerto de hambre.
—Entonces pruebe esto.
Los dos levantaron la vista, sorprendidos. Catherine estaba parada junto a ellos. Le entregó un papel doblado a Ron Peterson, se dio vuelta y se volvió a la caja registradora.
Ron abrió la nota, la leyó y soltó la risa. Jean—Anne lo observaba con frialdad.
—¿Me explicas el chiste, por favor?
—Explicado no tiene gracia, —contestó Ron y se guardó la nota en el bolsillo.
Ron y Jean—Anne no tardaron mucho en irse. Ron no dijo nada mientras pagaba la cuenta, pero miró largamente a Catherine con aire apreciativo, sonrió y salió dándole el brazo a Jean—Anne. Catherine los miró partir, sintiéndose muy idiota. Ni siquiera sabía cómo insinuársele a un muchacho.
Cuando terminó su turno, Catherine se puso el abrigo, saludó a la chica que venía a relevarla y salió. Era una tarde de otoño, templada, aunque una brisa fresca soplaba desde el lago. El cielo parecía un terciopelo purpúreo donde brillaban, tenues e inalcanzables, las estrellas. Era un anochecer perfecto para... ¿qué? Mentalmente, Catherine hizo una lista:
Puedo irme a casa a lavarme la cabeza. Puedo ir a la biblioteca a estudiar latín para el examen de mañana. Puedo irme al cine. Puedo esconderme en un lugar oscuro y violar al primer marinero que pase.
Puedo ir a encerrarme en mi casa. Lo último, decidió.
Cuando empezaba a atravesar el campus en dirección a la biblioteca, un muchacho se asomó desde atrás de un poste. —Hola, Cathy. ¿Para dónde vas?
Era Ron Peterson, que le sonreía, y a Catherine el corazón se puso a latirle hasta que empezó a salírsele del pecho, mientras ella lo veía alejarse, latiendo a través del aire. Se dio cuenta de que Ron la miraba— asombrado. No era de extrañar. ¿Cuántas chicas conocería que pudieran hacer eso con el corazón? Catherine necesitaba desesperadamente peinarse y arreglarse el maquillaje y ver si tenía derecha la costura de las medias, pero procuró que no se trasluciera su nerviosidad. Regla número uno: mantener la calma. —Glup —tragó saliva.
—¿Para dónde ibas?
¿Sería cuestión de darle la lista? ¡No, por Dios! Ron iba a pensar que estaba chiflada. Aquí estaba su gran oportunidad y no debía hacer nada que pudiera estropearla. Lo miró, con ojos tan cálidos e invitadores como los de Carole Lombard en Nothing Sacred. —A ningún sitio en especial, —contestó, insinuante. Ron la observaba, todavía no muy seguro de ella; algún primitivo instinto le imponía cautela. —¿Te gustaría hacer algo especial? —le preguntó. Ahí estaba. La Proposición. El punto sin regreso.
—Tú dirás, —respondió— Soy toda tuya. Se estremeció al oírse. Qué cursi sonaba. Nadie decía: —Tú dirás, soy toda tuya", a no ser en los peores novelones. Ron la iba a dejar plantada, disgustado. Pero no. Increíblemente, sonrió y la tomó del brazo.
—Vamos, —dijo. Aturdida, Catherine se dejó llevar. Así que la cosa era tan simple. Iba a conseguir que se acostaran con ella. Interiormente, empezó a temblar. Si Ron se daba cuenta de que era virgen, eso iba a ser el acabóse. ¿Y de qué le iba a hablar cuando estuviera con ella en la cama? ¿Hablaría la gente mientras estaban en eso? Cathy no quería ser grosera, pero no tenía la menor idea de lo que se estilaba. —¿Ya comiste? —le preguntaba Ron.
—¿Si comí? —Catherine lo miró, mientras trataba de pensar.
Ya debería haber comido? Si decía que sí, entonces Ron podría llevársela directamente a la cama y acabarían de una vez—. No, —respondió rápidamente—, todavía no.
Pero ¿por qué diablos dije eso? Ya lo arreglaré todo. Pero ron no parecía molesto.
—Bueno. ¿Te gusta la comida china?
—Me encanta, —en realidad, la detestaba, pero los dioses no le iban a tener en cuenta una mentirita, en la noche más importante de su vida.
—Hay un lindo lugarcito chino que no está muy lejos, el de Lum Fong. ¿Lo conoces?
No, no lo conocía, pero no se lo iba a olvidar mientras viviera. ¿Qué hiciste la noche aquella? Oh, primero fuimos con Ron Peterson a LUm Fong a comer un poco de comida china. ¿Estuvo bueno?
Pero ya —sabes cómo es la comida china. Una hora después, ya me sentía otra vez sexy.
Ya habían llegado al coche de Ron, un convertible color castaño. El le sostuvo la puerta mientras Catherine ocupaba el asiento donde se habían sentado alguna vez todas las otras chicas que ella envidiaba. Ron era encantador, buen mozo y un atleta de primera. Y un maníaco sexual. Qué título para una película. "El maníaco Sexual y la Virgen". Tal vez, pensó Catherine, debía haber insistido en algún restaurante mejor, como el de Henrici, entonces Ron habría pensado: Esta chica sí que es como para presentársela a mamá. —¿En qué piensas?
—en la luna, —comentó Ron.
¡Qué delicado! Y bueno, no era el conversador más brillante del mundo, pero tampoco era eso lo que a ella le interesaba ¿no?
Catherine lo miró dulcemente y se acurrucó contra él.
—Pensaba en ti, nada más.
—De veras que me tenías despistado, Cathy, —le sonrió él.
—¿Sí?
—Siempre pensé que eras un poco... quiero decir, que no te interesaban los hombres.
La Palabra que estás buscando es lesbiana, pensó Catherine.
—Es que soy un poco selectiva, —dijo en voz alta.
—Pues me alegro de que me eligieras.
—Yo también, —Y era cierto. Catherine podía estar segura de que Ron era buen amante. Había sido sometido a pruebas de eficiencia intensivas por todas las muchachas fogosas que había en un radio de doscientos cuarenta kilómetros. Habría sido humillante para Catherine tener su primera experiencia sexual con alguien tan ignorante como ella. Tener a Ron era contar con un maestro. Después de esa noche, pensó, ya no pensaría en sí misma como en Santa Catalina. Lo más probable sería, en cambio, que la conocieran como —Catalina la Grande—, Y esa vez sí que iba a saber lo que quería decir —la Grande—. Seguro que iba a ser fantástica en la cama; la cuestión era no asustarse. Todas esas maravillas de que se hablaba en los libritos verdes que Catherine solía mantener bien ocultos de los ojos de sus padres estaban a punto de sucederle, Su cuerpo iba a ser un órgano vibrante de música exquisita. Sí, ya sabía que la primera vez le iba a—doler; siempre era así, Pero no iba a dejar que Ron se diera cuenta. Además, iba a estar muy activa, porque a los hombres les enferma, que una mujer no haga más que quedarse ahí quieta. Y cuando Ron la desgarrara Catherine se iba a morder los labios para ocultar el dolor, disimulándolo con un grito de placer. —¿Qué?
—No... no dije nada, —farfulló Catherine, dándose vuelta hacia Ron mientras advertía. espantada, que había gritado en alta voz.
_Diste una especie de gritito. —¿De veras? —preguntó con una risita forzada.
—Estás a un millón de kilómetros de aquí.
Después de un breve análisis, Catherine decidió que no iba por la buena senda. Había que parecerse más a Jean—Anne. Apoyó la mano en el brazo de Ron y se acercó más a él. —Más cerca no puedo estar, —afirmó, procurando hablar con la voz ronca de Jean Arthur en Calamity Jane Ron la miró, confundido, sin poder leer en su rostro otra cosa que cálida ansiedad. Lum Fong era un triste restaurante chino del montón, situado bajo un viaducto. Durante toda la cena oyeron el rugido de los trenes que les pasaban por encima de la cabeza, haciendo tintinear platos y cubiertos. El local se parecía a miles de anónimos restaurantes chinos esparcidos por toda la extensión de los Estados Unidos, pero Catherine atesoró cuidadosamente los detalles del lugar donde se habían sentado, recogiendo en su memoria el dibujo del papel ordinario que cubría las paredes, la tetera de porcelana cachada, las manchas de salsa de soya sobre el mantel.
Un esmirriado camarero chino se acercó a la mesa a preguntarles si iban a beber algo, Catherine había tomado whisky unas pocas veces en su vida y le parecía asqueroso, pero esta noche era Año Nuevo, el Cuatro de julio, el Fin de su Doncellez. Había que festejarlo.
—Un old—fashioned, —pidió sin vacilar.
—Scotch con soda, —dijo Ron.
Con una reverencia, el mozo se alejó de la mesa, mientras Catherine pensaba si sería cierto que las mujeres orientales estaban hechas al sesgo.
—No sé cómo es que nunca nos habíamos hecho amigos, —decía Ron—. Todo el mundo dice que tú eres la chica más inteligente de toda la universidad.
—Sabes cómo es de exagerada la gente.
—Y eres endiabladamente bonita.
—Gracias, —Catherine intentó conseguir que su voz se pareciera a la de Catherine Hepburn en Alice Adams, mientras lo miraba intencionalmente en los ojos, Había dejado de ser Catherine Alexander; ahora era una máquina sexual, Estaba a punto de unirse a Mae West, Marlene Dietrich, Cleopatra—, iban a ser todas hermanas de prepucio.
El camarero trajo las bebidas y Catherine se bebió su cóctel de un trago, con nerviosidad. Ron la miró, sorprendido.
—Tranquila, —le advirtió—. Mira que es fuerte.
—No me hará nada, —contestó Catherine, confiada.
—Otra vuelta, —le dijo Ron al chino, y acarició la mano de Catherine a través de la mesa—. Qué gracioso. En el colegio todo el mundo te conocía mal.
—No. En el colegio nadie me conocía.
Ron le clavó los ojos. Cuidado, nada de chispas, A los hombres les gusta acostarse con chicas que tengan abundantes glándulas mamarias y glúteos bien desarrollados, pero el cerebro bien chiquito. —Hace tiempo que me... gustabas, —agregó apresuradamente.
—Pues te lo tenías bien guardado, —Ron sacó del bolsillo la nota que ella le había dado y la desplegó—. Pruebe nuestra cajera —leyó en voz alta, riéndose. Le acarició suavemente el brazo y Catherine sintió que el contacto le provocaba cosquilleos en la columna vertebral, como decían los libros que debía ser. Tal vez, pasada esa noche, podría escribir un manual sobre el sexo para ayudar a todas las pobres vírgenes tontas que no sabían nada del sentido de la vida. Después del segundo old—fashioned, Catherine empezaba a tener compasión de ellas.
—Es una pena.
—¿Qué cosa es una pena?
Otra vez había hablado en voz alta. Decidió ser audaz.
—Me apenaba pensar en todas las vírgenes que hay en el mundo, —alardeó. —Eso vale un brindis, —declaró Ron y levantó su vaso. Catherine lo miraba, ahí, sentado frente a ella, disfrutando evidentemente de su compañía. No había por qué preocuparse; todo iba sobre rieles. Ron le preguntó si quería beber algo más, pero Catherine le agradeció. No era cuestión de estar sumida en un estupor alcohólico cuando la desfloraran. ¿Desflorar? ¿Se usarían todavía palabras como desflorar? De todas maneras, Catherine quería recordar todos los momentos, todas las preguntas. ¡Ay, Dios mío! ¡Pero no se había puesto nada,' ¿Lo habría pensado él? Seguramente, un hombre con la experiencia de Ron Peterson tendría algo para ponerse, alguna protección contra el embarazo. ¿Y si a él le pasaba lo mismo? ¿Y si estaba pensando que una muchacha con la experiencia de Catherine Alexander debía tener seguramente alguna protección? ¿No podría preguntárselo? Decidió que antes que preguntarle era preferible quedarse muerta, ahí mismo en la mesa, Entonces retirarían el cuerpo y le harían un entierro ceremonial chino. Ron pidió el menú fijo y Catherine se hizo la que comía, pero lo mismo le habría dado que fuera cartón. Se estaba poniendo tan tensa que apenas si le sentía gusto a nada. De pronto se le había secado la lengua y sentía el paladar como si lo tuviera entumecido. ¿Y si le estuviera dando un ataque? Una experiencia sexual después de un ataque podría matarla, tal vez. ¿No sería mejor advertírselo a Ron? Si encontraban una chica muerta en su cama, eso podría dañar su reputación. Aunque tal vez la mejorara.
—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó Ron—. Se te ve pálida.
—Estoy fantástica, —afirmó Catherine, inquieta—. Es que me tiene emocionada estar contigo.
Ron la miró con aire de aprobación; sus ojos castaños estudiaron detalladamente el rostro de Catherine, bajaron hasta sus pechos y se demoraron allí.
—Lo mismo me pasa a mí, —declaró. El camarero retiró los platos y Ron pagó la cuenta. Después la miró, pero Catherine no podía moverse.
—¿Quieres algo más? —le preguntó Ron.
¿Algo más? ¡Oh, sí! Quiero estar en un barco de vela que se vaya a la China, quiero que los caníbales me estén cocinando en una gran olla, ¡Quiero a mi mamá!
Ron la observaba, expectante. Catherine respiró hondo.
—No... No se me ocurre nada.
—Bueno, —Ron pronunció la palabra estirándola de tal manera que era como si hubiera puesto una cama sobre la mesa, entre los dos—. Vamos, entonces, —se levantó y Catherine lo siguió. El sentimiento de euforia que le habían dado los cócteles se había desvanecido por completo, y las piernas le empezaron a temblar.
Cuando salieron al tibio aire nocturno, se le ocurrió de pronto una idea que la llenó de alivio. No me va a llevar esta misma noche a la cama. Los hombres nunca hacen eso en el primer encuentro, Me va a pedir que salgamos otra vez a cenar, y la Próxima vez iremos a Henrici y nos conoceremos mejor. Nos conoceremos de veras, y hasta es posible que nos enamoremos... locamente, y que Ron me lleve a conocer a sus padres y entonces todo va a ser mejor, y no voy a estar tan estúpidamente asustada.
—¿Tienes alguna preferencia en cuestión de moteles? —le preguntó Ron. Catherine se lo quedó mirando, enmudecida. Adiós los sueños de una agradable velada musical con el padre y la madre de Ron. —El hijo de puta pensaba llevársela esa misma noche a un motel Bueno, pero si eso era lo que ella quería ¿o no? ¿No era por ese motivo que le había escrito esa nota chiflada? Ahora Ron le había apoyado la mano en el hombro, y se la deslizaba por el brazo. Catherine sintió una sensación cálida. Tragó saliva antes de hablar.
—Una vez que viste un motel. ya los viste a todos.
Ron la miró de una manera rara, pero lo único que dijo fue: —De acuerdo. Vamos. Subieron al coche de Ron y él empezó a manejar hacia el Oeste. A Catherine el cuerpo se le había convertido en un bloque de hielo, pero sus pensamientos corrían a una velocidad afiebrada. La última vez que había estado en un motel era cuando tenía ocho años, mientras viajaba con su mamá y su papá. Y ahora se iba a meter en uno para irse a la cama con un perfecto extraño. Porque en realidad ¿qué sabía de él? Que era buen mozo, nada más, y popular, y se daba cuenta cuando era fácil acostarse con alguien. —Tienes las manos frías, —le dijo Ron, tomándoselas. Manos frías, pies calientes. Por Dios, basta, pensó Catherine. Por alguna razón, empezó a darle vueltas en la cabeza la letra de —Oh, dulce misterio de la vida—. Bueno, pues ahora lo iba a resolver. Estaba camino de descubrir a qué se refería todo eso. Los libros, los anuncios, las letras de canciones, apenas disimuladas... —Embriágame con el néctar del
amor—. —Hazlo una vez más—, —Los pájaros también lo hacen". Bueno, pues ahora Catherine lo va a hacer. Ron dobló hacia el Sur por la calle Clark, Frente a ellos, a ambos lados de la calle, se alineaba el parpadeo de enormes ojos de colores, de tubos de neón que cobraban vida en la noche para vociferar su oferta de un refugio barato Y transitorio para amantes jóvenes e impacientes. Motel El Descanso, Nocturno Motel, Fácil Entrada (Este debe ser freudiano), Descanso del Viajero. La pobreza de imaginación era abrumadora, pero por otra parte los dueños de esos lugares estarían probablemente demasiado ocupados con el interminable desfile de jóvenes parejas por las camas, para estar preocupándose por la calidad literaria.
—Me parece que ése es el mejor, —dijo Ron, señalando con el dedo uno de los letreros.
Albergue El Paraíso — Vacantes. Era un símbolo. En el Paraíso había vacantes para ella, para Catherine Alexander.
Ron llevó el coche al interior de un patio próximo a una pequeña oficina blanqueada, con un cartel donde se leía: Toque el timbre y entre. El patio estaba rodeado por un par de docenas de bungalows de madera, numerados.
—¿Qué te parece? —le preguntó Ron. El Infierno del Dante. El Coliseo romano cuando estaban a punto de arrojar los cristianos a los leones. El templo de Dulfoi cuando estaban Por castigar a una vestal. Catherine volvió a sentir la misma sensación entre las piernas.
—Bárbaro, —contestó—, Espléndido.
Ron sonrió con aire de conocedor.
—En seguida vengo, —apoyó la mano en la rodilla de Catherine, se la deslizó por el muslo y le dio un beso rápido e impersonal antes de bajarse del auto para entrar en la oficina. Ella se quedó sentada, siguiéndolo con la vista mientras intentaba no pensar en nada.
A la distancia se oyó el aullido de una sirena. —A),, Dios mío, pensó desesperada, va a venir la policía! Andan siempre recorriendo estos lugares.
La puerta de la administración se abrió y Ron volvió a aparecer. Traía una llave y al parecer no oía' la sirena, que cada vez se acercaba más. Se acercó al automóvil y abrió la portezuela del lado donde estaba Catherine.
—Todo arreglado, —le dijo.
La sirena era un espíritu maligno que avanzaba aullando sobre ellos. ¿La policía podría arrestarlos por estar en el patio y nada más?
—Vamos, —dijo Ron.
—¿Es que no oyes?
—¿Si no oigo qué?
La sirena pasó y siguió ululando calle abajo, alejándose de ellos, perdiéndose a la distancia.
—Los pájaros, —dijo débilmente Catherine.
En la cara de Ron apareció una expresión de impaciencia.
—Si hay algún inconveniente... —empezó.
—No, no, —lo interrumpió Catherine— Ya voy, —se bajó del coche y los dos se dirigieron hacia uno de los bungalows—. Espero que te hayan dado mi número favorito, —dijo alegremente. —¿Qué dijiste?
Catherine lo miró y de pronto se dio cuenta de que las palabras no le habían salido. Tenía la boca Completamente seca. —Nada, —graznó. Cuando llegaron a la puerta, vio que el número era el trece. Era exactamente lo que ella se merecía. Era el signo con que el cielo le anunciaba que iba a quedar embarazada, que Dios estaba dispuesto a castigar a Santa Catalina. Ron abrió la puerta y se la sostuvo para que ella pasara, Oprimió el interruptor de la luz y Catherine entró. No podía creer lo que veía— La habitación consistía aparentemente en una única cama, enorme. No había más muebles, aparte, que un sillón de aspecto incómodo puesto en un rincón, un pequeño tocador sobre el cual pendía un espejo y, junto a la cama, una radio destartalada con una ranura para hacerla andar con monedas. Nadie podría entrar allí, jamás, y tomar esa habitación por algo distinto de lo que era: un lugar donde un muchacho se llevaba a una chica para acostarse con ella. No se podía decir: Bueno, estamos en el refugio para esquiadores, ni pensar que todo era en broma o que estaban en el departamento nupcial del Ambassador. No. Eso era un nido de amor barato y nada más. Catherine se dio vuelta para ver qué hacía Ron; estaba echándole el cerrojo a la puerta. Bueno. Si viene a buscarnos el Escuadrón del Vicio, van a tener que empezar por echar la puerta abajo. Se visualizó a sí misma, desnuda, arrastrada por dos policías mientras un fotógrafo le tomaba una instantánea para la primera plana del "Chicago Daily News". Ron se le acercó y la rodeó con sus brazos.
—¿Estás nerviosa? —le preguntó. Ella lo miró y soltó una risa forzada que habría enorgullecido a Margaret Sullavan. —¿Nerviosa? Ron, no seas tonto.
Él seguía observándola, inseguro.
—¿No será la primera vez que lo haces, verdad, Cathy?
—No querrás que lleve la cuenta.
—Durante toda la tarde te sentí rara.
Ahora. Ahora él se iba a dar cuenta de que no era más que una virgen y le iba a decir que se fuera a bañar. Bueno, pues Catherine no iba a dejar que le pasara eso. Que esperanza.
—¿Rara, por qué? —preguntó.
—No sé, —Ron parecía intrigado—. De pronto estás muy atractiva, sabes, Y tienes algo, y al minuto siguiente estás en otra cosa y te siento fría como el hielo. Es como si fueras dos personas. ¿Cuál es la verdadera Catherine Alexander?
Fría como el hielo, se dijo automáticamente Catherine, pero en voz alta dijo otra cosa.
—Ya vas a ver, —abrazó a Ron y lo besó en los labios, que olían a huevos foo yung.
Ron la besó con más insistencia y la atrajo hacia él. Le recorrió los pechos, acariciándola. Catherine pensó. Ahora va a pasar. ¡Realmente, va a pasar! Y se apretó más contra Ron; sentía una excitación cada vez mayor, casi insoportable.
—Vamos a desvestirnos, —dijo roncamente Ron y, apartándose de ella, empezó a quitarse el saco.
—No, —dijo Catherine—. Déjame a mí, —En su voz se sentía una confianza nueva. Si esa noche era La Noche, Catherine iba a hacer las cosas bien, acordándose de todo lo que había leído u oído en su vida. Ron no iba a andar por el campus comentando desdeñosamente con las demás chicas que le había hecho el amor a una virgencita estúpida. Catherine no tendría el contorno de busto de Jean—Anne, pero tenía diez veces más sesos que ella, y de ellos se iba a valer para hacerlo tan feliz que Ron no tuviera de qué quejarse. Le quitó el saco y lo dejó sobre la cama; después empezó a desatarle la corbata.
—Deja eso, —dijo Ron—, Quiero ver cómo te desvistes. Catherine lo miró, tragó saliva, se bajó lentamente el cierre relámpago y se quitó el vestido.
—sigue.
Después de titubear un momento, se quitó la combinación, pensando: Chicago 2, Kansas 0.
—¡Bárbaro, Sigue, sigue! Catherine se sentó despaciosamente en la cama y se quitó con cuidado los zapatos y las medias, tratando de que todo resultara lo más sexy posible. De pronto sintió que Ron estaba 'detrás de ella, desprendiéndole el corpiño, que dejó caer sobre la cama. Catherine respiró hondo y cerró los ojos, deseando estar en otra Parte con otro hombre, con un ser humano que la amara y a quien ella amara, capaz de engendrar hermosos niños que llevarían su nombre, capaz de pelear por ella y de matar por ella, y para quien ella fuera una compañera plena de adoración. Una puta en la cama, una gran cocinera en la cocina, una huésped encantadora en la recepción ... un hombre capaz de matar a ese hijo de puta de Ron Peterson que se había atrevido a llevarla a ese cuarto roñoso, y degradante. La bombacha cayó al piso y Catherine abrió los ojos. Ron estaba mirándola, lleno de admiración.
—Por Dios, Cathy, qué hermosa eres. Realmente hermosa —se inclinó y le besó un pecho. Catherine alcanzó a verlo en el espejo del tocador. Todo parecía una farsa francesa, sórdida e inmunda. Dentro de ella, todo le decía que eso era horrible y feo, y que estaba mal, pero ahora ya no había forma de detenerlo. Ron estaba arrancándose la corbata y desprendiéndose la camisa, con la cara arrebatada. Se quitó el cinturón y luego el resto, y se sentó en la cama para quitarse los zapatos y las medias. —Lo digo en serio, Catherine, —repitió, con voz tensa de emoción—. Eres lo más hermoso que he visto en mi vida. Sus palabras no sirvieron más que para aumentar el pánico de ella. Ron se levantó, con una sonrisa de anticipado placer. El órgano masculino se mostró, como un enorme embutido. —¿Y? ¿Te gusta? —le preguntó Ron, con orgullo.
—Sí, —respondió Catherine, sin pensar—. En tajadas, con pan de centeno y mostaza. Y se quedó ahí, mirando cómo se desinflaba irremediablemente. Mientras Catherine cursaba su primer año se produjo un cambio en la atmósfera del campus.
oJala
sTo mueva
En aLguieN aUnqe
sea Una de esas fIbras
qe to2 teNemos aUnqe No
tO2
oQupemos
oQei,
soLo haY q RefLexIonar
uN poqo
Lo qe este mUndo seRia
si tO2 aUnqe
sea Una vez
peNsaramos
en Qe no sOy el UniqO
qe tiRa basura eN la qaLLe
qe No sOy el UniQo
qe Qema Las qOsas en caMpos
iNoscentes,
o Q Qiza No sOy el Uniqo
qOn ganas de ViViiiiiir
en esTe mundo
...
peRo qOmo
eSO
soLo sOn
sueÑos BizaRRos mios
uToPias
pues
hAy qe ver qOmo sTamos
paRa
qreerLo .. no ¿?
oQei leaN sTo
..
:

DIARIO DE UN PERRO


Semana 1:
Hoy cumplí una semana de nacido, ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!

Mes 01:
Mi mamá me cuida muy bien. Es una mamá ejemplar.



Mes 02:
Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos me dijo adiós. Esperando que mi nueva 'familia humana' me cuidara tan bien como ella lo había hecho.

Mes 04:
He crecido rápido; todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para mí son como 'hermanitos' Somos muy inquietos, ellos me jalan la cola y yo les muerdo jugando.


Mes 05:
Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice 'pipí' adentro de la casa; pero nunca me habían dicho dónde debo hacerlo. Además duermo en la recámara... ¡y ya no me aguantaba!

Mes 12:
Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. Que orgullosos se deben de sentir de mí.


Mes 13:
Qué mal me sentí hoy. 'Mi hermanito' me quitó la pelota. Yo nunca agarro sus juguetes. Así que se la quité. Pero mis mandíbulas se han hecho muy fuertes, así que lo lastimé sin querer. Después del susto, me encadenaron casi sin poderme mover al rayo del sol. Dicen que van a tenerme en observación y que soy ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.

Mes 15:
Ya nada es igual... vivo en la azotea. Me siento muy solo, mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no tengo techo que me cobije.


Mes 16:
Hoy me bajaron de la azotea. De seguro mi familia me perdonó y me puse tan contento que daba saltos de gusto. Mi rabo parecía reguilete. Encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro 'día de campo'. No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron. '¡Oigan, esperen!' Se... se olvidan de mí. Corrí detrás del coche con todas mis fuerzas Mi angustia crecía al dadme cuenta, que casi me desvanecía y ellos no se detenían: me habían olvidado.


Mes 17:
He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y seria leal como ninguno. Pero solo dicen 'pobre perrito', se ha de haber perdido.


Mes 18:
El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis 'hermanitos'. Me acerqué, y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedras 'a ver quien tenia mejor puntería'. Una de esas piedras me lastimó el ojo y desde entonces ya no veo con él.

Mes 19:
Parece mentira, cuando estaba más bonito se compadecían más de mí. Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.


Mes 20:
Casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar la calle por donde pasan los coches, uno me arrolló. Según yo estaba en un lugar seguro llamado 'cuneta', pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta se ladeó con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado, pero solo me dislocó la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades me arrastré hacia un poco de hierba a ladera del camino.


Mes 21:
Tengo 10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. Ya no me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento muy mal; quedé en un lugar húmedo y parece que hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve; otras dicen: 'No te acerques' Ya casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de su voz me hizo reaccionar. 'Pobre perrito, mira como te han dejado', decía... junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: 'Lo siento señora, pero este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir.' A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví el rabo y la miré agradeciéndole me ayudara a descansar. Solo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería


La solución no es echar un perro a la calle, sino educarlo. No conviertas en problema una grata compañía. Ayuda a abrir conciencia y así poder acabar con el problema de los perros callejeros.